miércoles, 20 de febrero de 2008

Bienvenidos a literarte

Bienvenidos al blog del taller de creación literaria literarte.Aquí encontrarás publicados los cuentos creados por los talleristas, ver sus progresos y dejar tu opinión.Te invitamos a navegar por estas letras escritas con sueños de personas como tú, que se atrevieron a tomar un lápiz y plasmar sus historias.

La llamada


La señora Cortés, al recibir la noticia por teléfono, sólo pudo reaccionar con una mirada extraviada hacia el espejo y al mirarse notó que sus ojos se hinchaban como dos esferas blancas. .Entonces recordó las pastillas de dormir de la cocina, que la haría tener un sueño tranquilizador hacia lo desconocido.

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Vamos, Juan, acompáñame a tomar un par de copas, si en este pueblo no existen los enfermos, aquí los males de las personas es la monotonía, es eso lo que les pone grave a estos individuos.
Vamos, si yo invito. ¿Recuerdas a esas amigas que conocimos la noche anterior? No me lo vas a creer, me encontré a una de ellas en un turno y adivina que... Preguntó por ti, jajaja, qué que chistoso como si que no supiéramos su profesión.

Nunca me ha gustado salir en horas de trabajo, sobre todo cuando Gerardo me invita a esos lugares nauseabundos, que, los odio. Recuerdo cuando acepté por primera vez:, era mi primer día de trabajo y, para no ser descortés, accedí a la invitación.

Cuando llegamos al lugar, si es que se puede denominar así, porque definitivamente al entrar se transformaba en una especie de antro, que de solo mirarlo producía repugnancia. Juan al recordar aquella situación, no se dio cuenta que en ese momento por la puerta del hospital del pueblo de Puncul, entraba gravemente herido un joven de 27 años aproximadamente, con el rostro ensangrentado que sólo hacía alusiones a sus dos grandes ojos brillantes y distorsionados que, debido al impacto que tuvo que sufrir, se hincharon como dos esferas blancas.

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- ¡Mierda, Juan! Se nos va.
- ¡Cállate! y cierra la herida.
- Yo creo que sería mejor llamar a la madre y avisarle que su hijo esta aquí.
- ¿Cómo sabes tú? ¿Conoces a la madre?
- ¡Vamos, Juan!, ¿acaso no lo reconoces? Es, es el negro Esteban.

Gerardo tenía razón, era el negro Esteban, no había reconocido su rostro, estaba tan deforme e hinchado que en realidad era irreconocible. Pero pensándolo bien tenía en su rostro, la mirada de nerviosismo o de susto que colocaba cuando se preocupaba por algo, como en aquella ocasión en la Facultad cuando por primera vez habríamos un cuerpo humano, tenía en su rostro dos grandes esferas blancas.

- ¡Mierda! dijo Juan, al escuchar el ruido que indica la separación entre la vida y lo desconocido.

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- Alo, señora Cortés

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José Calquin, enero 2008

Salida de escape


Sin mirar atrás, dejó su departamento en absoluto silencio. Su ropa arrugada y maltratada demostraba su despreocupación a la hora de vestir, pero con su postura denotaba el desgano con que caminaba. El rostro presentaba una barba cultivada desde hace algunos días y su pelo alborotado daba claras señales de suciedad.
Mario dejaba su cómodo departamento en Las Condeslas para enfrentarse al día en la calle que no había visto hacía hace tanto por culpa de su auto-encierro entre en sus cuatro paredes. Mirando hacia todos lados entró al ascensor, esperó un momento para asegurarse que no había nadie más en el piso. Pulsó el númeronumero uno con su dedo tembloroso y delicado, mientras que con la otra mano buscaba el su celular en el amplio bolsillo de su chaqueta negra. Se percató de varias llamadas perdidas y mensajes de texto sin leer, pero ni ésto lo hizo dudar en apagar su nuevo celular. Siguió bajando el ascensor mientras el sudor de su frente se acrecentaba. Por fin llegó al primer piso y sintió un alivio:, sentía que desde hace días estaba naufragando en alta mar, y por esta razón disfrutó como nunca antes pisar en la fría baldosa del edificio.
Con un gesto medio perdido saludó al conserje, quien le dijo que le han llegado muchas cartas a su nombre, y también le mencionó los gastos comunes que desde hace unos meses no pagaba. Pero Mario continúo su rumbo hacia la puerta con un paso débil y una sonrisa que era opacada por sus ojos llenos de duda. Llegó a la puerta haciendo caso omiso a las advertencias del conserje y salió del edificio. El conserje le echó una mirada llena de compasión y algo de lástima, como la que un hombre puede tener al dar una moneda a un vagabundo.
Mario no aflojó el paso, siguió hasta su jeep, y luego del estruendoso ruido de los disparos provenientes de los matorrales, se dejó caer aliviado al suelo, tiñendo de rojo la acera y la puerta del vehículo. Ni las balas, ni los panfletos con la sigla “CAM” borraron el alivio en la cara del gerente de SN Power.

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Francisco Sepulveda, enero 2008

ACCRA


Había llegado a Accra hace 5 horas. Los campos estaban mermados por la agonía, la desidia de sus pobladores y la corrupción de sus políticos. Llevaba mi casco celeste azulado reglamentario, mi uniforme y un fusil M-16 en caso de disturbios, atentados y protestas que ocurrían, demasiado frecuentemente para mi gusto, en estos lugares.
Estuve asignado a vigilancia de barrios periféricos durante 7 meses y 3 días, pero fui trasladado a la guardia de campamentos con refugiados por el oficial a cargo. Mi función aparentaba ser en extremo simple: cuidar de médicos, paramédicos y auxiliares mientras éstos curaban… mejor dicho atendían… a los heridos y moribundos; además ellos también anotaban la hora de los decesos en la gran mayoría de las personas que se encontraban. Habían fallecido ya 2 paramédicos y unos cuantos auxiliares en la Compañía, a manos de los anarquistas, y el capitán no toleraría más bajas de esta índole… nuestra prioridad era protegerlos a toda costa.

El 23 del mes pasado fuimos con Williams, médico jefe; Davis, su…. “asistente”, y yo ha revisar el campamento nº 3, que se encontraba en el sector 5B de la ciudad (centro-sur). Cuando llegamos, noté inmediatamente que el lugar mencionado era nada más y nada menos que… bueno en realidad no me acuerdo que era, pero estaba en un lugar bastante mermado que en sus buenos tiempos fue verde, alegre y un centro de encuentro entre los habitantes de la capital (creo que un campo de fútbol, pero no estoy seguro). Mas ahora sólo se ven el césped marchito, los pobladores medio muertos, heridos, tristes y desolados que se encuentran a la total intemperie (a causa de la falta de carpas en la ciudad), un poco de vegetación para capear el calor imperante en esta época del año y algunos retazos de tierra que son constantemente pisoteados por los vehículos que pasan por ahí.
Williams enseguida necesitó de morfina y opio (el opio se usaba aunque ha sido prohibido durante unas décadas, pero es un secreto a voces que lo ocupábamos cuando se nos acababa la morfina o si no era completamente necesaria) para los que fueron alcanzados por proyectiles de múltiples armas de guerra y los heridos rogaban por algo más de droga y, así, no pensar en la pesadilla que vivían a diario. Tenían razón.
Davis estaba horrorizado por los grados de mutilación que presenciábamos: cuerpos desfigurados, niños mancos o sin piernas y la depravante, aunque tragicómica, escena de ver cómo una madre intentaba adherir la pierna derecha de su niño; él tenía aproximadamente unos 8 años y una prolongada desnutrición, con un trozo de cuerda que encontró y así darle esperanzas a su escuálido, famélico y desesperanzado hijo. Miré mi M-16…. un disparo en la cabeza y ya, pero estaba prohibido. Un joven de unos 17 años, y alcanzado por las esquirlas de una granada en la cabeza, se me acercó y me comunicó su deseo de ayudarnos y así apoyar a sus compatriotas en la guerra dándonos el servicio de carrier y mensajero; miré sus ojos y éstos me susurraban la dedicación pura y la fuerza para hacer lo que pueda y más. Le pregunté a Williams, que estaba muy atareado conversando con la señora de la cuerda para convencerle de que no serviría de nada atarle la pierna al niño, si necesitaba más morfina y asintió… pero el inútil de Davis estaba desmayado y dudaba que se despertara en la siguiente media hora.
-¿Cuál es tu nombre, chico?- pregunté.
-Marcos, señor- respondió a duras penas. Las esquirlas habían perforado su lengua.
-Necesito que vayas al 46 y traigas más, a nombre de Thomas Williams-
-¿46? ¿Y qué traigo?- En esos valiosos momentos que desperdicié hablando con el pendejo ese, escuché que algunos de los rebeldes entraban al campamento y todos teníamos que ir a nuestras posiciones… ¿pero como iba a traerla yo?
-¡La camioneta que está al frente y trae más morfina, de parte de Thomas Williams, y rápido!- Respondí enojadísimo. Los rebeldes disparaban a quemarropa, especialmente a los médicos.

En ese momento, cuando veía como Marcos corría, no había notado que él tenía fragmentos de granada en todos sus muslos que y le dificultaban mucho correr; pensé inmediatamente que no me había fijado en un detalle: Williams estaba bien muerto, Davis… probablemente un prisionero más en la larga lista de rehenes, y que no necesitaría de la morfina (pero un poco de opio no me vendría mal). Sería retransferido, puede que me den de
baja.
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Raúl Salinas, enero 2008